Miré el techo, era blanco, con apenas algunas manchas de humedad.
Me giré para mirar una de las cuatro paredes, un tono oscuro de gris. Me acordé de humo. Un humo espeso, oscuro y pesado, casi negro.
Giré para la derecha, éste era un amarillo desteñido, como si al principio hubiese sido un amarillo feliz que con el paso del tiempo se fue abandonando a si mismo perdiendo el color.
Volví a girar a la derecha, marrón, en algún momento habría sido un marrón cálido, como una flor en primavera que con la llegada del verano se fue secando hasta morir.
Y por una ultima vez, volví a girar; era negro, como la más fría y aterradora oscuridad, una oscuridad que te invadía sin poder hacer nada para evitarlo.
Giré, giré y volví a girar.
No había puertas.
Estaba encerrada entre estos cuatro colores. Y la oscuridad.
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